Vivimos en un periodo bastante particular en términos políticos e históricos en el que se muestra con cada vez más transparencia la bancarrota de la izquierda que se consolida como expresión política de la pequeño burguesía, y, junto con ello, sus diferentes manifestaciones que van desde el progresismo hasta los partidos autodenominados “comunistas”, pasando por la socialdemocracia y ciertas tendencias que representaban a los movimientos de liberación nacional.
Esta afirmación no es gratuita. Por un lado, venimos avizorando la caída consecutiva de los gobiernos progresistas de la región que son sucedidos por representantes más directos del capital financiero. A pesar que en algunos países, como Bolivia o Argentina, han retomado al gobierno, éstos se mantienen con escasa aprobación popular, ya que los gobiernos progresistas hoy solo cumplen el rol de bomberos de la burguesía, apareciendo cuando el descontento popular asoma sobre la superficie.
Esto se agrava si consideramos que sus derrotas no son producto de un gran mérito por parte de los partidos de la oposición burguesa, por actos golpistas, ni nada que se le parezca, sino que son sucedidos en medio de la corrupción, de grandes fracasos económicos y con apenas un par de concesiones muy alejadas de las promesas por las que las masas decidieron apoyarlas inicialmente.
Junto con esto, es necesario señalar uno de los mayores crímenes cometidos por estos gobiernos: el desmantelamiento total de las organizaciones obreras y populares que en la mayoría de los casos fueron las propulsoras de los mismos luego de altos grados de organización y movilización gestadas durante las crisis económicas de las décadas del 90s e inicios de los 00s.
En definitiva, los gobiernos de la pequeña burguesía dirigidos por los partidos progresistas y acompañados en gran medida gran medida por los partidos “comunistas” oficiales (los PCs históricos) herederos del revisionismo soviético y cubano, pero también por vastas organizaciones de izquierda y autoproclamadas “revolucionarias”, continuaron defendiendo los intereses del capital financiero, promovieron las políticas elaboradas por los organismos internacionales imperialistas, profundizaron la entrega de la soberanía nacional al imperialismo de turno, profundizaron un modelo productivo basado en la exportación de materias primas y junto con ello desarmaron política e ideológicamente a las masas que salen tras los brazos de sus viejas referencias, ya sea de los partidos burgueses tradicionales, o de nuevos partidos que se ganan a las masas al grito de renovación y lucha contra el sistema político de forma reaccionaria.
Este proceso se ha acompañado con grandes movilizaciones sociales mayoritariamente espontáneas y todas ellas carentes de dirección, pero que reflejan el estado de ánimo de las masas, comprobando que cuando se ven afectadas sus condiciones de vida no dudan en salir a manifestarse. El hecho de que las mismas sean después capitalizadas por sectores de la oposición burguesa o terminen en nada, es un hecho secundario que no minimiza el valor de las acciones quienes salen a manifestarse, sino que es un llamado de atención para los revolucionarios proletarios por no haberse sabido preparar para estos escenarios, o peor aún, por no haber sabido medir el descontento y la combatividad de las masas.
Todo lo mencionado en su conjunto es el cierre del proceso de bancarrota que decíamos al principio, en el que la izquierda es el principal responsable, pero que también tiene a los revolucionarios proletarios atrapados en una gran contradicción: la de fortalecerse ideológicamente y construir amplios movimientos de forma independiente o perecer en la ruina junto a la izquierda y los revisionistas.
La burguesía nacional y la pequeña burguesía es incapaz de romper con las trabas al desarrollo nacional, es decir, de poder romper con el imperialismo, desarrollar el capitalismo a una fase de industrialización y autosuficiencia, y satisfacer las demandas de la clase obrera y demás clases que viven de su trabajo.
Queda demostrado en este ciclo que solo la revolución de la clase obrera y sus aliados guiados por un Partido Comunista Marxista-Leninista podrán cumplir con esta tarea histórica necesaria para avanzar con inmediatez en la construcción socialista como única forma de cumplir estas demandas.
La incapacidad política e ideológica de la izquierda
Como decíamos, la revolución en América Latina tiene frente a sí una etapa inmediata de ruptura de la dependencia con el imperialismo y la construcción de la base social del socialismo, dos tareas que no se pueden disociar. En el discurso de la izquierda se expresa una actitud propia del sector social del que hablamos cuando el romanticismo y el misticismo sustituye la concreción de las tareas objetivos definidas por la etapa histórica en que se encuentran los países de la región.
El programa basado en el análisis objetivo de la sociedad se reemplaza por un heroísmo individual, por una pose y por un discurso romántico. Esta ha sido la tónica de la práctica política de la izquierda, cuyo máximo exponente fue y es Cuba, y que al chocar con la realidad -que está determinada por las tendencias del capitalismo- todas las ideas utópicas de ésta se caen una tras otra. Lamentablemente, esta práctica social ha hecho gran daño a la causa de la revolución y el socialismo, ya que, frente a las masas, la izquierda se asocia a estos, aunque nada más lejos de la realidad.
La izquierda en Latinoamérica en nombre de muchos postulados justos y válidos ha sido obsecuente al imperialismo, ha desarmado al proletariado y al resto de las clases trabajadoras, ha difundido entre las masas concepciones ideológicas reaccionarias, es decir, ha sido una tendencia funcional a la burguesía y el imperialismo. La izquierda como tendencia política representa en términos históricos la continuación del oportunismo político que se agrupó en la segunda internacional, que traicionó siempre la causa de la revolución y el socialismo.
Por eso, hoy no nos debe asombrar que ante un sinfín de problemas que acusan a las masas trabajadoras como lo son el desempleo, la violencia social, la carestía de la vida, problemas de vivienda, falta de acceso a la cultura entre otros, la izquierda haya incorporado en su discurso la agenda del posmodernismo y la ideología queer, quitando del eje los problemas trascendentales que hacen a la cotidianidad de la clase obrera, a la clase mayoritaria de la sociedad, por cuestiones completamente secundarios como lo son el consumo de drogas, la ideología de género, el lenguaje inclusivo, el sobreconsumo entre otras reivindicaciones que forman parte de aquellos sectores de la sociedad que ya tienen su vida resuelta y asegurada.
Una vez más debemos de resaltar que esto no es casualidad sino parte de un proceso objetivo, que es el reflejo de que ante la imposibilidad de poder llevar adelante un programa transformador, para mostrarse distinta, renovada, la izquierda apela a estos elementos subjetivistas.
Desarrollar la alternativa revolucionaria, una tarea impostergable de esta etapa
Como antes señalábamos, el surgimiento de amplios y vastos movimientos de protesta a lo largo de todo el continente sucedidos en los últimos años (Chile, Colombia, Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua entre otros) refleja el impacto de la crisis económica del capitalismo en la conciencia de las masas populares, que al ver cómo empeoran sus condiciones de vida y los diferentes gobiernos de turno no tienen soluciones a sus problemas más acuciantes, se agrupan y movilizan de forma espontánea.
Es necesario tomar distancia del planteo dogmático y generalizado de la izquierda: esto no se trata de criticar las movilizaciones y de acusar a las masas de golpistas, agentes de la CIA, etc., cuando luchan contra un gobierno tildado de izquierda, o saludar y hablar de estallidos revolucionarios cuando con las mismas consignas se movilizan contra gobiernos de derecha, sino de comprender que cuando se ven perjudicados, los trabajadores tienden independientemente de la voluntad de la izquierda y sus opinólogos a movilizarse y luchar.
Esto es importante ya que resalta la necesidad de construir fuerzas de forma independiente, con un enfoque de clase y perspectivas de Poder, dado a que se demuestra cada día que las masas salen a la calle con el anhelo de cambiar de régimen.
Para evitar que los movimientos de masas sean conducidos por una u otra facción de la burguesía; que sean conducidas por la derecha o sean completamente inconducentes por carecer de una dirección clara, se hace vital emprender con decisión la tarea de fortalecer o construir organizaciones genuinas de los trabajadores que sean capaces de organizar y orientar estas protestas, de lo contrario, seguiremos viendo una y otra vez como otras clases sociales cosechan lo que los trabajadores siembran con lucha.
En esa dirección, la ruptura con todos los pre conceptos heredados de años de dominación de la izquierda pequeño burguesa y del revisionismo en el movimiento obrero es una tarea esencial de este proceso.
En este sentido tenemos que reflexionar de forma crítica cómo los partidos marxistas-leninsitas han heredado junto a su creación el sistema organizativo e incluso las tácticas de los partidos revisionistas. Esto se expresa en: la conformación mecánica de tácticas centradas fundamentalmente en la conformación de frentes electorales, muchas veces con programas democratizantes, irrealizables desde el parlamento, lo que lo hacen carentes de principios; el legalismo sindical conviviendo de forma acrítica con los representantes de la burocracia sindical y del oportunismo de todo color; y el seguidismo de demandas burguesas en amplios frentes como por ejemplo el ambientalismo, la lucha abstracta contra la corrupción, feminismo, entre otros.
Esto no significa que no se deba de luchar junto con las masas, sino que lo que decimos es que se tiene que cuestionar la forma de acumulación, la política de alianzas, el seguidismo de varios partidos hacia otras clases; la adopción de una política permanente de picana del oportunismo pero sin romper con él; y demás prácticas que se vienen desarrollando hace décadas sin éxitos algunos y que hoy son responsables del estancamiento e incluso serios retrocesos políticos e ideológicos en los partidos revolucionarios.
Es imposible que algo cambie continuando con un modelo de oposición dentro del sistema político de la burguesía calcando las recetas que ya demostraron fracasar con anterioridad, siendo una fotocopia de lo viejo pero con “buenas intenciones”.
Para ello, se deben replantear las líneas de trabajo y el cómo organizar a los trabajadores, ser claros y honestos a la hora de expresar nuestras ideas, visualizar sin miedo nuestro programa y nuestras intenciones y explicar pacientemente que solo con la toma del Poder político por parte de la clase obrera podrán acabarse lacras como la precariedad laboral, los salarios de miseria, la carestía de la vida, entre otros problemas que innumerables gobiernos burgueses han sido incapaces de resolver. Sólo con un programa estrictamente pensado en los intereses de los trabajadores seremos capaces de tener un desarrollo pleno en nuestras aspiraciones.
Tampoco sería posible romper con el oportunismo en el plano nacional si internacionalmente no se combaten con decisión todas las manifestaciones del revisionismo disfrazadas con vocabulario revolucionario, si no se denuncia no solo a los gobiernos del oportunismo que engañan a los trabajadores sino también a quienes los apoyan. Todo esto en esencia, resume en qué se constituye el internacionalismo proletario hoy: apoyar a los revolucionarios, combatir y denunciar al revisionismo, dar las discusiones necesarias con quienes se equivocan honradamente, fomentar la independencia de clase y la ruptura con los gobiernos progresistas.
Por esto, la tarea de los revolucionarios proletarios de consolidar un movimiento de trabajadores sobre la base de las perspectivas históricas desarrolladas por el socialismo científico choca directamente con la labor política e ideológica que realiza la izquierda en la región. La izquierda hoy en día es una tendencia política burguesa, toda su agenda e ideología corresponden a los intereses de esta clase, y, por lo tanto, por más novedosa que presente sus planteos, no dejan de ser esencialmente reaccionarios.
La construcción de tal movimiento hoy en día tiene que hacerse sobre la base de una crítica a toda la ideología y política que promueve la izquierda sobre las bases de la ciencia del marxismo y con las perspectivas históricas del derrocamiento del capitalismo, lo que implica también romper con las prácticas y las vacas sagradas que la izquierda ha tenido por décadas y las nuevas.
Lo que planteamos es una tarea que enfrenta sin dudas adversidades, pero solo el apego a la teoría de vanguardia del marxismo-leninismo y lucha política y ideológica con todas las concepciones burguesas que se promueven ampliamente en toda la sociedad se puede consolidar un movimiento que efectivamente tenga la perspectiva de hacer la revolución y la construcción del socialismo.