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Romper con el bipartidismo, una tarea de perspectivas históricas

Desde el momento que la reforma electoral de 1996 instaló en el sistema electoral uruguayo el balotaje para la elección de Presidente, el bipartidismo se desarrolló significativamente lo que se expresó con gran fuerza en el plano electoral . La bancarrota sufrida por el Partido Colorado luego de la presidencia de Jorge Batlle vino a profundizar un modelo electoral en donde dos grandes coaliciones se disputan tanto la presidencia como el gobierno y el parlamento, ya que en los hechos, éstas se mantienen como dos grandes bloques durante todo el periodo parlamentario.

Estos bloques, que inicialmente se componían por el Frente Amplio y partidos menores por un lado, y los Partidos Colorado y Nacional por el otro, se han mantenido sin grandes variaciones en estos últimos 25 años, variando solo en la coorelación de fuerzas y sumando alguno que otro apoyo, siendo la incorporación de Cabildo Abierto, partido heterogéneo con fuerte presencia de sectores con carrera en las Fuerzas Armadas, la última gran incorporación a este sistema, formando parte del segundo bloque mencionado.

No caben dudas de que la existencia de dos grandes bloques dirigidos por distintas capas de la burguesía nativa y la pequeña burguesía favorecen al sostenimiento del actual régimen con la generación de un falso antagonismo entre dos modelos de gestionar un sistema político que solo se encarga de ajustar algunas tuercas a un sistema económico capitalista y dependiente que no es cuestionado  con sucesivos gobiernos  de distintos partidos preocupados por cumplir con los mandatos de los organismos multilaterales de crédito y el mantener un buen grado inversor para recibir capitales sin que se hayan visto discrepancias de fondo a la hora de aceptar cada mandato por parte del imperialismo. Mientras tanto, aquellas organizaciones políticas que se han intentado mantener por fuera de estos bloques han pasado sin pena ni gloria siendo absorbidos, o, en el mejor de los casos, manteniendose en la intrascendencia mientras esperan pacientes por su asimilación, dada su incapacidad de saltear los esquemas impuestos por la agenda política de las dos coaliciones.

Un breve repaso sobre la conformación de los bloques

Desde el surgimiento del Uruguay como república independiente, el bipartidismo se hizo sentir con la existencia de dos grandes partidos burgueses, el Partido Colorado y el Partido Nacional, partidos que no dudaron en llevar sus disputas al escenario militar en más de una ocasión.

Pese a esto, las deformaciones económicas del capitalismo uruguayo, atrasado y dependiente, generan diversas complicaciones a la hora de entender la representación clasista de cada una de las facciones de estos partidos, lo que llevó a el análisis político a la superficialidad, a dejar de lado el aspecto material de las contradicciones entre éstas, dejando de lado el interés concreto de las clases sociales y sus facciones en sus distintos posicionamientos a lo largo de la historia.

A modo de ejemplo, se pueden mencionar las múltiples contradicciones entre el sector riverista y el batllismo dentro del Partido Colorado, que lejos de ser contradicciones de “poder” fueron el reflejo de las contradicciones entre la burguesía nativa ligada al sector industrial incipiente con otro sector burgués mayormente asociado al capital financiero y a la producción agro-exportadora, razón que explica en parte los coqueteos de gran parte del Partido Nacional —partido conducido por sectores  agrarios— con el riverismo.

Sin dudas la explicación de estas contradicciones y su expresión concreta en la historia nacional merecen un desarrollo mucho más amplio que excede a este artículo, pero esta breve mención nos ayuda a entender brevemente la evolución de estos bloques y como lo que termina predominando son los intereses de clase y no los colores partidarios.

Adelantándonos algunas décadas en la historia, el fracaso en los intentos de impulsar un modelo desarrollista en el segundo batllismo y los posteriores acuerdos del gobierno uruguayo con los organismos multilaterales de crédito dominados por el imperialismo norteamericano entrando la década del 60, irían a cerrar cualquier expresión de un proyecto capitalista independiente para profundizar el sometimiento del Uruguay a la organización internacional del trabajo, es decir, fortalecer su rol como país exportador de materias primas y receptor de capitales en este rubro en desmedro del desarrollo industrial y de una economía independiente.

Este salto cualitativo en el desarrollo económico del Uruguay iría a partir las aguas esclareciendo mucho más la expresión política de las distintas facciones de la burguesía nativa y la pequeña burguesía, tras el abandono en masa de varios contingentes tanto del Partido Nacional como del Partido Colorado de los representantes más consecuentes de los intereses de la pequeña burguesía interesada en un desarrollo capitalista independiente, los que se irían agrupandose en torno a los viejos Partidos de la izquierda y el MLN-Tupamaros en un proceso de unidad de la izquierda que se concretaría con la concreción de la Unidad Sindical con la CNT y posteriormente con la presentación del Frente Amplio a las elecciones nacionales de 1971.

Vale resaltar que a pesar del relato oficial, el proletariado estuvo ausente en todo este proceso debido a la inexistencia de un Partido Comunista orientado por el Marxismo-Leninismo, producto de la descomposición ideológica del PCU y el exterminio de distintas organizaciones revolucionarias en los albores del golpe de Estado. Esto hace que la clase obrera durante todo este proceso y en la actualidad, sea una clase sin dirección política efectiva obligada a elegir entre uno u otro bando de la burguesía.

El desarrollo de todo este proceso, incluido el de la dependencia para con el imperialismo, ha ayudado a cristalizar aún más los intereses de las distintas facciones de la burguesía nativa que hoy presentan solamente pequeñas diferencias que se resumen a cuestiones de gestión de los recursos y del aparato estatal, pues, como clase, la burguesía no es capaz de llevar adelante un proyecto político diferente al que comenzó hace casi dos siglos, no puede entablar un modelo productivo propio, independiente, ya que el grado de dependencia hacia el imperialismo es tal que sin destruir las relaciones de producción capitalista, sin salirse de los marcos del mercado mundial capitalista, es imposible romper  con la dependencia y por tanto, levantar un programa distinto, lo que los obligaría a promover su desaparición como clase social y sus correspondientes privilegios.

La ruptura de la dependencia económica del Uruguay no solamente requiere de buenas intenciones por parte de la burocracia política tal como algunos sectores de la izquierda pretenden, sino que requiere de una nueva organización económica que permita una planificación efectiva de la economía nacional y su posterior reorganización, se necesita un aumento significativo de la productividad del trabajo concentrando la producción, y terminar definitivamente con aquellos sectores improductivo o escasamente productivos de la economía. Con ello, una reforma radical del Estado que destruya por completo el sistema legal en curso y toda la burocracia estatal.

Todo eso, obviamente, tiene como condición absoluta la expropiación de las empresas extranjeras, de los capitalistas locales y también de amplios sectores de la pequeña burguesía dedicados a la intermediación parasitaria y a la especulación  que inflan innecesariamente los precios y entorpecen el sistema de distribución lo que borraría de un plumazo a casi toda una clase social -la burguesía que incluye parte considerable de  la pequeña burguesía- y a una amplia gama de funcionarios acomodados del sector comercial y financiero y también del Estado.

En pocas palabras, la burguesía sólo puede disputarse la administración del Estado y mantener la economía tal cual está o llamarse a la desaparición: lo segundo, claro está, es imposible salvo en la literatura fantástica.

Esto se comprobó en el Uruguay durante los 15 años en el que gobernó la izquierda, incapaz desde todo punto de vista de cambiar absolutamente nada en lo que refiere a los destinos económicos en el país. En el más desarrollado de los casos, en la región, la izquierda solo ha sido capaz de cambiar de amo; si dejó de depender de Estados Unidos es porque pasó a depender de China, de la URSS (Cuba) o administró la dependencia entre varias potencias.

Hay que tener presente que la izquierda, desde sus orígenes, jamás se planteó superar el modo de producción capitalista, al contrario, su programa iba orientado al fortalecimiento del mismo, al desarrollo de un capitalismo “serio”, “bueno”, que permita una mayor generación y distribución de la riqueza partiendo del desarrollo de la industria nacional —siempre en manos de la burguesía o del Estado burgués, lo que es lo mismo—, el sujeto histórico de sus transformaciones siempre fue el  empresario “nacional” y el Estado, incluso sin resignar la inversión extranjera, ya que por alguna razón, pretendían que desde el extranjero  iban a estar dispuestos a invertir en el desarrollo del país solo porque desde el Estado uruguayo estaban dispuestos y tenían buenas ideas para hacerlo.

La imposibilidad de poner este programa en práctica, la imposibilidad de enfrentar al imperialismo del que depende, hacen del programa de la izquierda un imposible, haciendo que gobiernen como sus antecesores. Esto no es producto de la “traición” de tal o cual dirigente como lo hacen ver sectores que analizan los hechos de forma romántica, sino producto de las condiciones objetivas, del marco en el que se encuentra inserto el Uruguay en el mercado mundial, ya que insistimos: ninguna potencia imperialista, ningún inversor extranjero tiene interés en invertir en que Uruguay se revele mientras que, por otro lado, la burguesía nativa carece de capitales para hacerlo.

Esto lleva a que todos aquellos sectores de izquierda que por fuera del Frente Amplio reivindican el proyecto histórico de la izquierda, sobre todo el desarrollo industrial a impulso de la burguesía nativa o la “liberación nacional” como forma de romper con el imperialismo y desarrollar un modelo económico independiente, sean solo una caricatura romántica de éste, ambos tienen el mismo proyecto con la diferencia de que unos ya se dieron la cabeza contra la pared al intentar ponerlo en marcha y otros quieren tropezar con la misma piedra. Esto explica también por qué la izquierda “crítica” en toda la región, una vez que el progresismo pasa a la oposición, no vacila en aliarse a sus antiguos enemigos e ir a su cola: su programa es el mismo, sus métodos son los mismos, los intereses de clase que defienden también son los mismos.

Por ende, la dicotomía izquierda-progresismo no es real. Lo que se ha dado a llamar como progresismo por comodidad no es más que un conglomerado de fuerzas que conducen a la izquierda, son su expresión más efectiva y actualizada. Esto hace que, al menos en el caso uruguayo, separar a la izquierda del progresismo sea un error considerable que le lava la cara a unos y a otros, sobre todo a quienes están agrupados por fuera del Frente Amplio ya que hace de éstos una supuesta oposición a los dos grandes bloques cuando en realidad no lo son: la separación de distintas organizaciones de izquierda del Frente Amplio es meramente formal (en algunos casos también es temporal) y se hace estricto a lo que refiere al escenario electoral, mientras que en otros escenarios como el sindical, el estudiantil e incluso en términos políticos actúan de forma conjunta como un solo bloque. Véase el funcionamiento del PIT-CNT, las elecciones universitarias y el referéndum contra la LUC en donde la expresión real, diga lo que se diga, es una sola.

Como saldo, tenemos como se señalaba al comienzo del artículo, dos grandes bloques. La izquierda como expresión fundamental de la pequeña burguesía, los sectores más acomodados entre las filas de los trabajadores (estatales, bancarios, técnicos, trabajadores en blanco de la industria), profesionales e intelectuales.

Mientras que la coalición multicolor representa con más claridad los intereses de la burguesía compradora (intermediarios), los agro-exportadores, la pequeña burguesía industrial y los mandos jerárquicos del comercio y los servicios.

Aunque parezca redundante y corramos riesgo de caer en la reiteración, vale insistir en ninguno de estos sectores tienen grandes contradicciones con el modelo en curso, al contrario, son sectores que en su mayoría están acomodados y logran desenvolverse con relativa facilidad y aunque es cierto que algunos de ellos corren el riesgo de sumarse a las filas de la clase obrera ante cada crisis, la bonanza económica relativa vivida en los últimos años le han arrancado toda expresión de combatividad y hoy, cuando algunos de sus privilegios fueron puestos en duda por la pandemia, no demoraron en lanzarse a la lucha de forma oportunista y corporativista siendo los estatales el mejor ejemplo de eso.

La clase obrera, desorganizada y desmoralizada políticamente, a pesar de ser mayoría dentro de la población, carece hoy de dirección, ha perdido su independencia y vacila entre la izquierda y la derecha de forma inconsciente y se mantiene por fuera del movimiento sindical que en más de una oportunidad tuvo que salir a reconocer su incapacidad a la hora de organizarla.

Efectivamente, el poder llegar a la clase obrera, ofrecerle un programa, una táctica y los espacios de organización que requiere para enfrentar los sucesivos ajustes a sus condiciones de vida, lograr las reivindicaciones que necesita para cimentar las bases para una lucha más amplia por el socialismo es la gran tarea histórica a la que se debe de enfrentar nuestro Partido para romper así con el bipartidismo actual, hacerse de la simpatía de la clase mayoritaria de la sociedad y sumar a sus filas a sus mejores elementos; he ahí nuestra razón de ser.

La experiencia de la izquierda extra frenteamplista y un gran ejemplo de lo que no hay que hacer

Con la llegada al gobierno de Luís Lacalle Pou con el consiguiente cambio de rol del Frente Amplio, que se vio obligado a pasar a la oposición, los partidos de la izquierda extra frenteamplista —salvo alguna honrosa excepción—, no demoraron demasiado en sumarse a la agenda frenteamplista, haciendo suyas sus luchas e incluso, en muchos casos mostrando una total carencia  de vergüenza, haciendo suyas también sus consignas en lo que hace a la continuación de un largo proceso que lleva a la absorción definitiva de estas organizaciones.

Como decíamos, la unidad de la izquierda toda, conducida por el Frente Amplio es un proceso que viene cocinándose “a fuego lento” producto de la incapacidad que han tenido estos sectores en transformarse en una alternativa real y en el inmovilismo en algunos casos; en su incapacidad de romper efectivamente con la tradición frenteamplista con la cual rompieron de palabra provisoriamente, siempre en momentos en que la aparente ruptura no podía generarle grandes contradicciones para el gobierno del Frente Amplio o una nueva reelección.

Lo cierto es que por fuera y por dentro del Frente Amplio se han construido una gama muy amplia de organizaciones y partidos que a lo largo de su historia han sido incapaces de disputar seriamente la conducción del movimiento obrero y, al contrario de ello, fluctúan continuamente de forma estanca por el movimiento social sin lograr despegar de ser un puñado pequeño de militantes a pesar de contar ya las más antiguas con más de 50 años de vida.

La eterna falta de desarrollo de estas organizaciones no podría darse si no fuera por su carente esfuerzo en el entendimiento de la realidad y a partir de ello del desarrollo de un programa que responda a ella, junto a una táctica concreta que tenga el objetivo de impulsarlo y darlo a conocer a nivel de masas.

Estos sectores de la izquierda han ignorado durante su existencia la responsabilidad de lograr un desarrollo teórico serio o lo han reducido a un grupo muy selecto de su militancia, limitando su práctica a la repetición de fórmulas mágicas provenientes de realidades distópicas copiadas de forma mecánica: el artiguismo, las tácticas de la Komintern, el trotskismo, el foquismo, el maoísmo son ideas que pese a que pudieron tener valor (cosa que de por sí ya es discutible) y peso en algún momento, hace más de 60 años que no se aplican con éxito en ningún lado, pues, nuestra sociedad actual y el desarrollo del capitalismo no es el mismo.

Estas fórmulas se han intentado aplicar y aún se intentan aplicar como atajo para evitar el rompedero de cabeza que puede significar la elaboración científica de un programa y de una táctica, tarea que implica un trabajo meticuloso de varios años o décadas y que en el Uruguay, como alternativa al proyecto político de la burguesía sólo lo han intentado hacer un grupo muy reducido de organizaciones de forma inacabada producto del estallido social de la década del 60 y el posterior golpe de Estado.

Al contrario, los teóricos de la izquierda extra Frente Amplio son cuadros rentados de la Universidad de la República, en el mejor de los casos, o se dedican desde hace décadas a reproducir relatos de lo que vivieron de jóvenes, razón por la cuál hoy la izquierda no tiene debates estratégicos sino charlas esporádicas cuando llega el momento de recordar alguna fecha.

El carecer de un análisis serio de la realidad, de un programa y de una táctica efectiva hace de todo esto un problema crónico que se expresa también en su práctica. La consecuencia de esto ha sido la incapacidad de haber impulsado lucha alguna, menos aún ganarla. Esto por más que suene como producto de la pedantería, es la triste realidad: estos sectores se han caracterizado por “acompañar” las luchas, “estar con los trabajadores que luchan”, participar “en minoría” en lo que impulsa la burocracia sindical, pero no hay un solo ejemplo en donde estos sectores impulsen una reivindicación concreta sin el impulso o la aprobación de la burocracia.

Sí es cierto, no lo vamos a negar, que la izquierda extrafrenteamplista ha sabido impulsar convocatorias  propias, las cuales son un reflejo mucho más transparente de lo que mencionamos, ya que que éstas son siempre movilizaciones a la defensiva y en los marcos de la legalidad burguesa, rechazando un proyecto de ley o en respuesta a algún hecho concreto y parcial, lo que remarca la carencia de programa y la imposibilidad de tener una política que se adelante al porvenir u organice a las masas por un porvenir distinto haciendo de la eterna consigna anarquista de “resistir” la fórmula única de su práctica política.

Evidentemente, es imposible generar un movimiento duradero, consolidar organizativa y políticamente un proyecto que incluya ampliamente a la clase obrera sin plantear un programa claro y concreto, sin involucrar a las masas en la conquista de éste organizándolas durante el proceso.

Teniendo en cuenta que el frenteamplismo como sector mayoritario y conductor de la izquierda se ha entregado de pies y manos al imperialismo, que ha sido incapaz de expresar en términos prácticos un programa diferente al  histórico programa de sometimiento de la burguesía nativa, y que los sectores de izquierda “críticos” del progresismo carecen directamente de programa e iniciativa, podemos decir que la izquierda  y sobretodo la izquierda extrafrenteamplista son la expresión más clara del culto al espontaneísmo,  lo que hace de nuestro trabajo de consolidar y desarrollar al Partido Comunista Marxista-Leninista entre la clase obrera como herramienta superadora de la izquierda en lo ideológico, en lo organizativo y en lo político/práctico.

Para romper con el bipartidismo no hay que escatimar esfuerzos en la fusión del Socialismo y el movimiento obrero

Desde hace un buen tiempo, desde nuestro Partido se ha insistido en la difícil situación subjetiva en la que se encuentra la clase obrera, desarmada política e ideológicamente, ausente del movimiento sindical —cooptado por sectores medios— y sin un programa claro o siquiera una propaganda sistemática que la moralice a la hora de enfrentar la miseria a la que es sometida.

En los últimos años sus condiciones de vida han sido duramente afectadas perdiendo derechos de todo tipo, viviendo períodos de extrema incertidumbre y trabajando por salarios de subsistencia sin oponer resistencia, lo que refleja claramente su estado de desmoralización y la carencia de organización efectiva de la que hemos hablado.

Como ya señalamos, la izquierda extrafrenteamplista ha sido incapaz de poder materializar políticamente esta situación y los brevísimos y escasos estallidos espontáneos que han habido en la historia reciente se le han pasado como arena por las manos sin poder materializar la situación.

Siendo conscientes de esto, nuestro Partido, pese a ser todavía incipiente, se encuentra ante un desafío de alta trascendencia en términos históricos al plantearse la justa tarea de elaborar un programa que situado en la realidad objetiva en la que se encuentra la sociedad capitalista en general y la uruguaya en particular, pueda dar respuesta al sinfín de pesares que vive la clase obrera; desarrollar en base a éste una táctica que pueda involucrar a la mayor cantidad de trabajadores, lo que requiere, producto del desarme político-ideológico que mencionamos, un duro trabajo de organización previa.

Sin dudas que el correcto desarrollo de estas dos tareas -la elaboración programática y el trabajo del Partido entre las masas- es la muralla china que nos separa ampliamente entre el cumplir con nuestra misión histórica y ahogarnos en el océano de siglas que hoy existen y que están condenadas a perecer con el desarrollo del porvenir.

Creemos que el II Congreso de nuestro de Partido nos ha dado un fuerte impulso en lo que refiere a la necesidad de romper definitivamente con la izquierda estableciendo directivas generales de cómo seguir avanzando en ese sentido, lo que, en caso de aplicarlas correctamente lograr un salto cualitativo que nos permita desarrollarnos de forma más eficiente entre las masas.

Necesitamos desarrollar una práctica activa para poner arriba de la mesa los problemas fundamentales que hacen a las necesidades inmediatas de la clase obrera con paciencia y sin voluntarismo: mejorar las condiciones de trabajo, por la rebaja de los precios de los productos de consumo popular, por mejorar las condiciones de vivienda, mejorar el acceso y la educación de calidad para los estudiantes trabajadores o hijos de trabajadores, entre otros son alguno de los puntos a tratar; pero mentiríamos si dijeramos que tenemos las herramientas para impulsar una lucha efectiva; esto nos requiere un desarrollo programático y táctico considerable sin eximirnos de la responsabilidad de concientizar sobre estos problemas.

La necesidad de avanzar en la construcción programática sin descuidar, claro está, el desarrollo de nuestro trabajo práctico concreto, nos plantea el objetivo de fortalecer el trabajo partidario de forma precisa y contundente en aquellos lugares en donde sí tenemos desarrollo y doblemente en donde tenemos desarrollo programático e inserción.

Esto significa hacer presente de forma clara y transparente, con la flexibilidad necesaria para cada lugar, de los principios y de la línea del Partido pero por sobretodo, de desarrollar un trabajo práctico que sirva para organizar a las masas en cada lugar y así pelear por sus reivindicaciones en contradicción a la práctica asistencialista de resolver problemas inmediatos y excesivamente específicos del lugar lo que genera un trabajo que sirve exclusivamente para capitalizar electoralmente.  El primero es el estilo de trabajo comunista, el segundo es el estilo de trabajo oportunista de la izquierda que queremos erradicar de las organizaciones de masas.

Por tanto, lejos de lo que algún distraído puede pensar o lo que algún oportunista nos pueda achacar, la táctica de nuestro Partido, lejos de sustentarse en el inmovilismo, tiene el doble desafío de transformar radicalmente el estilo de trabajo entre las masas, por un lado, y de avanzar en un amplio estudio y conocimiento de la realidad objetiva, utilizando el método maaterialista-dialéctico e inspirados en la experiencia que nos han dejado los clásicos del marxismo-leninismo, tarea dura y compleja que hirió de muerte a nuestros adversarios en su intento.

La ruptura con el bipartidismo burgués, establecer una alternativa política proletaria que eleve políticamente a la clase obrera en clase para sí es una tarea de perspectivas históricas de la cual nuestro Partido no vacilará y en la que ya coloca piedra sobre piedra luego de 70 años de estragos perpetrados por el oportunismo.

¿Es necesaria una tercera fuerza en el plano nacional?

Vivimos en un país desindustrializado, volcado a los servicios y la exportación de materias primas. Cada gobierno que se sucede, sea de derecha o de izquierda, hunde cada vez más al Uruguay en la dependencia y el atraso económico. No podemos aspirar a tener un nivel de vida similar al de los países industrializados con una economía sustentada en el turismo, en la exportación de materias primas o en los servicios. Solo sobre la base de una economía desarrollada se puede elevar la vida de la clase obrera a los niveles que la sociedad moderna hace posible.

La clase capitalista en el Uruguay está unida al imperialismo, esta sociedad sella el destino de nuestro país imponiendo qué se produce y cómo. Mientras la clase capitalista conduzca el país, mientras controle la economía en conjunto con los monopolios, mientras tengan el Estado a su servicio, el futuro será de empeoramiento, precarización y empobrecimiento para la mayoría de la sociedad.

La burguesía uruguaya ha demostrado su incapacidad para desarrollar la economía nacional. El modelo de producción actual impulsado por todos los gobiernos, y que responden a los intereses económicos y políticos de la burguesía de nuestro país, no necesita mano de obra calificada, ni altos niveles de formación, tampoco tantos trabajadores activos. Por este motivo la reestructura económicas que se impulsan tienen como consecuencia la desaparición de empleos de calidad y de puestos de trabajo. Como en toda la región esta consecuencia se apunta a paliarse con planes de asistencia social y al subempleo administrado por ONGs que sirven de muro de contención para posibles reclamos y estallidos sociales.

Ambos bloques políticos que se disputan el gobierno nacional no pretenden ni pueden romper con el modelo actual. Sólo rompiendo con las relaciones de producción es posible cambiar el rumbo del país, solo concentrando las fuerzas productivas para desarrollarlas y potenciarlas es posible lograr una industrialización y desarrollo nacional. Pero la fuerza motriz de esta operación no le corresponde ni al Estado actual ni a la burguesía nativa, solo la clase obrera uruguaya uniendo sus fuerzas a la clase obrera de la región pueden crear las bases para salir del atraso y de la dependencia, para alcanzar el nivel de vida que la sociedad moderna nos permite.

Ni el bloque de izquierda ni el de derecha en general ni la corporación política que responde a uno u otro están interesados en romper con las relaciones económicas actuales, los sectores a los que estos bloques representan tienen la existencia asegurada, al menos por el momento. Por esto es que la respuesta es afirmativa: sí es necesario una tercera fuerza en el plano nacional, que rompa con el bipartidismo y represente a la amplia mayoría de la clase obrera, pero por sobre todo, que ponga un programa posible y alternativo.

El programa de una tercera fuerza que busque representar a la clase obrera, tanto en sus reclamos inmediatos como en sus intereses históricos tienen que apoyarse en tres premisas:

  1. Es necesario romper con toda la corporación política, de izquierda y de derecha, que vive a condición de estafar a la clase obrera, tanto desde el Estado como desde los gremios y sindicatos oficiales.
  2. Solo sobre la concentración de las fuerzas productivas en un Poder Obrero para el desarrollo de la industria, particularmente de medios de producción, se creará la base social que permita elevar el nivel de vida de toda la población.
  3. Esto no es posible sin destruir el poder económico y político de la burguesía, sin destruir las relaciones sociales actuales que son las que limitan nuestras posibilidades de desarrollo.

La burguesía en nuestro país no va a hacer hoy lo que no hizo en los últimos cien años, la clase obrera tiene que tomar el destino del país y el primer paso es constituirse como fuerza social independiente, por esto la tarea inmediata hoy es dar los primeros pasos en la constitución de una tercera fuerza que salga del pantano del bipartidismo y plantear un programa socialista.

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